Reflexión 30 de Enero

Buenos días.
Dios Padre nuestro: “SANTIFICADO SEA TU NOMBRE”.
Hoy como sábado que es, miramos a la Santísima Virgen María en el día de la semana que se le dedica a Ella.
Y la miramos con el gran don de hijos que el Señor Jesucristo nos confirió en la Cruz, dándonosla como Madre.
Madre de unos hijos que no sabemos agradarla, antes al contrario, se la ofende e injuria de las más variadas formas y maneras.
La Virgen ha estado siempre al lado de estos hijos suyos, que la invocamos desde “este valle de lágrimas”, como decimos en la Salve.
A lo largo de los siglos ha dado muestras continuas del cuidado que quiere tener hacia sus hijos, pues desde su primera aparición en Zaragoza, para alentar al apóstol Santiago cuando vino a traer la FE a España, hasta las últimas manifestaciones, siempre ha sido y es buscando que ninguno de los que su Hijo Jesús le confió en la Cruz se pierda.
Uno de los déficit que solemos tener los hijos con nuestras madres, es no saber reconocer todo lo que dieron y entregaron en nuestra gestación y crianza después, lo que nos convierte no pocas veces en ingratos e injustos.
Pues esto mismo hacemos con nuestra Madre del Cielo; no nos paramos a valorar lo que ES para cada uno de nosotros, bautizados en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y lo poco que reconocemos esta Maternidad Divina de María con la que nos envuelve, nos ama y lleva cuantos desvelos le imponemos cada uno por los desvaríos de vida que nos permitimos.
Ella sigue suplicando, como lo hiciera a los Pastorcitos de Fátima en 1917, una vida de oración y sacrificio por los pecadores, ya que el Cuerpo Místico de Cristo continúa desangrándose; les dice a los Pastorcitos el 19 de agosto de 1917, en la cuarta aparición: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que VAN MUCHAS ALMAS AL INFIERNO POR NO HABER QUIÉN se sacrifique y pida por ellas”.
En este orden de cosas, ¿qué diagnostico se puede hacer de los tiempos actuales?
Tenemos dos formas de ayudar a nuestra Madre Amantísima aquí y ahora.
Una, la propia CONVERSIÓN de cada uno, abandonando todo pecado, todo vicio, todo mal comportamiento.
Otra, ofreciendo nuestra oración y sacrificios por lo pecadores, tal como le pidiera a los Pastorcitos aquel 19 de agosto de 1917, porque, ¿está nuestra sociedad más limpia de defectos y esclavitudes morales que aquella de hace un siglo largo?
Bien sabéis que es el rezo del Santo Rosario lo que a María Santísima más le agrada y más le ayuda para conseguir de su Hijo Jesucristo, la salvación de más y más almas.
A María, nuestra Madre y nuestra Guía, te pido que reces con Fe y Esperanza por todas las intenciones y necesidades, materiales y espirituales, de los Hermanos que aquí nos encontramos.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
www.materchristi.es