Madre y Guía



Buenas Tardes a todos.
Nos sentimos muy contentos y agradecidos con vuestra presencia en esta Celebración de la Bendición de la Imagen de la Virgen María, en la Advocación de María, nuestra Madre y nuestra Guía.
Hoy, sentimos como resonar en nuestros corazones, la voz de la Virgen que nos dice: “Soy María, vuestra Madre y vuestra Guía”.
Con este Título se la invocó siempre en MATER CHRISTI.
Desde los comienzos de la Institución, siempre pensamos que el nacimiento de MATER CHRISTI respondía a un deseo de MARIA.
Es más, respondía a un capricho de la VIRGEN MARIA, porque Ella como MADRE quería que su preocupación por todos sus hijos, en particular y en este caso, sus hijos en situación marginal, se vieran atendidos y evangelizados por MATER CHRISTI.
María, nuestra Madre y nuestra Guía.
María, nuestra Madre, porque ha cuidado y velado siempre por nuestras vidas, para que pudiéramos vivir entregados al Amor de Dios y al servicio de la Iglesia en la evangelización.
María, nuestra Madre, porque nos ha enseñado siempre el cariño, la paciencia, la dulzura y la constancia, en el trato con todos nuestros hermanos, sus hijos predilectos.
María, nuestra Madre, porque nos ha hecho sentir su cariño y protección maternal.
María, nuestra Guía, porque nos ha mostrado siempre los caminos de renuncia, para mejor cumplir la Voluntad de Dios.
María, nuestra Guía, porque nos ha llevado siempre de su mano, para que, abiertos a la Gracia de Dios, pudiéramos avanzar por los caminos misioneros de la predicación de la Palabra de Dios.
 María, nuestra Guía, porque siempre nos ha enseñado, nos ha guiado por el mejor camino para que nos sintiéramos en todo momento
Hijos de Dios Padre, Hermanos de Dios Hijo, Instrumentos dóciles de Dios Espíritu Santo.
María, nuestra Madre y nuestra Guía, en fin, ha marcado siempre, de una manera muy significativa, la vida espiritual de todos los Miembros de MATER CHRISTI.
Confiamos que en esta tarde, tan importante para la vida de MATER CHRISTI, obtengamos todos y cada uno de nosotros abundantes gracias de Dios por la valiosa intercesión de Ella, de María, nuestra Madre y nuestra Guía.
SUPLICA
MARÍA, que te llamamos nuestra Madre y nuestra Guía, porque como tal nos fuiste dada a tus hijos de MATER CHRISTI, por el Amor inmenso y misericordioso del Padre Eterno.
A ti acudimos, en esta tarde, para acogernos a tu Maternidad, y te suplicamos que guíes todos nuestros pensamientos, deseos, palabras y pasos, que debamos dar, para el fiel cumplimiento de la Voluntad de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
María, nuestra Madre y nuestra Guía, acógenos a todos en esta tarde en tu seno maternal, cuida y alienta todos nuestros proyectos de AMOR y de ENTREGA. atiende todas nuestras necesidades, y ayúdanos a resolverlas favorablemente, y en las que no podamos hacerlo nosotros, hazlo Tú.
Sostennos, Madre y Guía nuestra, en la lucha de la vida.
Danos la ilusión con la que Tú siempre viviste.
Y mantén en nuestros corazones la ESPERANZA con la que Tú fuiste cumpliendo la Voluntad de Dios a lo largo de tu vida terrenal.
María, nuestra Madre y nuestra Guía, condúcenos por los caminos abiertos de la LUZ de Cristo Resucitado.
Guía todos nuestros pasos por los caminos de la CARIDAD,
Por los caminos de la SANTIDAD,
Por los caminos de la ETERNIDAD, en el Amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. AMEN.

MARIA, NUESTRA MADRE Y NUESTRA GUIA
            Dedicamos este número de “al margen”, a María, nuestra Madre y nuestra Guía.

            Con este Título se invoca a la Virgen María en MATER CHRISTI desde los albores de su Fundación.

            Bajo su Maternidad Divina, aquel puñado de jóvenes comenzó una andadura cargada de grandes ilusiones y propósitos.

            Siempre se entendió que MATER CHRISTI le pertenecía a la Virgen y que Ella era la que tenía que marcar el camino a seguir. Ella tenía que ser la Guía que fuera marcando los pasos evangelizadores que iniciaba MATER CHRISTI.

            Y así, una espiritualidad marcada por una sincera y honda devoción mariana, abría paso inmediatamente a una experiencia trinitaria en la que se mostraba y vivía una vida cristiana en torno a la Santísima Trinidad.

            El gran Don que reciben las personas que se acercan a María, con sinceridad y sencillez de corazón, es el encuentro íntimo y profundo con su Hijo Jesucristo, que Ella misma les propiciará por los caminos íntimos y misteriosos de la vida interior.

            María, no tiene ningún otro interés que seguir siendo la Madre celosa que propicie, en cada momento, el encuentro de sus hijos los hombres con su Hijo Jesucristo. Así fue siempre, lo es ahora y lo seguirá siendo hasta el fin del mundo.

            Lo vemos en aquellos albores de la vida pública del Señor, cuando aún apenas había comenzado a reunir el grupo de los discípulos con los que formará la comunidad apostólica.

            Es en aquella boda en Caná de Galilea, que nos relata el evangelio de San Juan, cap. 2, en la que se encuentran invitados Jesús con sus discípulos y también su Madre.


             La Virgen, atenta siempre a las necesidades de los demás, se percata que está a punto de faltar el vino y, como consecuencia, las dificultades que surgirán en un momento tan delicado por algo tan significativo como es el vino en ese tipo de celebraciones de la época.

            María, inmediatamente reacciona y piensa cómo solucionar aquel conflicto que se avecina.

            Allí está su Hijo, que podrá remediar una situación potencialmente peligrosa en la convivencia de los recién casados y de sus respectivas familias, pero, además, ¿quiénes tendrán que actuar para la solución del problema?: Los criados.

            Pues allá va Ella para traerlos a la presencia de su Hijo Jesucristo, diciéndole: “no tienen vino”, para, seguidamente, ya dirigiéndose a los criados les manda: “haced lo que él os diga”.

            Las objeciones de Jesús, en ese momento de gran necesidad, su Madre no parece atenderlas, no porque desprecie a su Hijo, sino, más bien, porque la urgencia tan grande que se deriva de la falta de vino, obliga a ir en auxilio de los novios y de las familias respectivas de éstos.

            María, siempre estará atenta a las necesidades de sus hijos los hombres y acudirá continuamente a su Hijo Jesús para mostrárselas y reclamarle una solución, máxime si cualquier persona se acerca a Ella a pedirla esta asistencia maternal.

            Por esto es fácil comprender lo que se apunta más arriba. María no tiene ningún otro interés con sus hijos los hombres que llevarlos al encuentro con su Hijo Jesucristo, para que viviendo intensamente el espíritu cristiano puedan entrar en el conocimiento y experiencia profunda de la Santísima Trinidad.

            El Señor Jesucristo es el único mediador entre el hombre y el Padre Dios: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie  sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”, dirá el Señor (Mt 11,27).

            Y en otro momento tan crucial como es el de la última cena, indicará a sus discípulos: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15,26).

            Bien se puede concluir, por tanto, que aquel que toma a la Virgen María como Madre y Guía, conseguirá vivir continuamente en los caminos acertados del Amor y de la Voluntad de Dios.

            Sabrá acogerse a su maternidad cada día, con la seguridad cierta de que la Virgen va velar por todas sus necesidades y cuidar de su alma y de su vida continuamente.

            Igualmente, sabrá aceptarla como la Guía de su vida, le pedirá que guíe todos sus sentimientos, todos sus pensamientos, todas sus palabras y acciones, para que siempre sean del agrado de Dios, porque acertadamente vayan cumpliendo su santa Voluntad.

            Y la Virgen María, nuestra Madre y nuestra Guía, aceptará con gran agrado esta disposición del hijo, de la hija, que acuden a Ella con esta simple pretensión: sentirse y vivir como hijos, para los que cuenta y mucho la Madre del Cielo; y, además, querer ser guiados a lo largo de esta jornada terrenal, de forma que todo vaya acorde a lo que es el seguimiento de Cristo, sin que las desviaciones propias del ser humano, de las distracciones y debilidades connaturales al hombre, puedan apartarles de una vida según el nombre cristiano y las exigencias que se derivan de tal título.