La
existencia de los ángeles es una verdad de fe. La existencia de seres
espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente
ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como
la unanimidad de la Tradición.
El nombre de
ángel indica su oficio, no su naturaleza. La naturaleza de los ángeles es ser
un espíritu; su oficio es ser servidores y mensajeros de Dios: son agentes de
sus órdenes, atentos a la voz de su palabra.
En tanto que
criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas
personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles.
El resplandor de su gloria da testimonio de ello.
Cristo es el
centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen porque fueron
creados por y para El. Le pertenecen porque los ha hecho mensajeros de su
designio de salvación.
Desde la
creación y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos,
anunciando esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización.
De la
Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la
adoración y del servicio de los ángeles.
De aquí que
toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de
los ángeles. La Iglesia celebra particularmente la memoria de ciertos ángeles:
San Miguel, San Gabriel, San Rafael y los ángeles custodios.
Llamamos
custodios a quienes desde la infancia a la muerte de la vida humana la rodean
de su custodia y de su intercesión. Cada fiel tiene a su lado un ángel como
protector y pastor para conducirlo a la vida. Desde esta tierra, la vida
cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y
de los hombres, unidos en Dios.
La Iglesia
venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar terrestre y protegen a todo
ser humano. El día 2 fué el día dedicado por la misma para honrar a nuestro ángel
custodio. No pasemos por alto esta oportunidad para intimar con él.