¿Quién rezará por nosotros?

Terminando el mes de noviembre, mes dedicado a los difuntos se me plantea esa pregunta: ¿Quién rezará por nosotros?
Hoy en día en el mundo en el que nos movemos todo se convierte en superficial, temporal y sólo importa la inmediatez de las cosas. Con ese tipo de valores rondando a nuestro alrededor es difícil de acordarse de nuestros seres queridos ya fallecidos, a lo sumo nos acordamos en algún momento y poco más. El realizar esa obra de piedad por ellos se antoja difícil, y más cuando en algún caso ni los hemos conocido.
En anteriores generaciones se tenía la práctica de rezar por los difuntos,  prácticas muy presentes en las casas, no era tradición, era una obligación impuesta por la propia rectitud de la conciencia. Pero hoy en día es difícil. Difícil cuando incluso a veces no se enseña a nuestros hijos a rezar. Si no se enseña a rezar difícilmente podrán rezar por nosotros. No son cosas de otros tiempos pasados, son cosas que estamos dejando de practicar, dejándonos llevar por las influencias pasajeras de los tiempos. Estoy seguro de que de esa falta de caridad también se nos pedirá cuenta en el final de nuestros días.
El absurdo miedo a la muerte que se refleja en intentar ocultar esa realidad presente a los niños para que sigan pensando que todo en la vida es maravilloso, hace que cuando estos se encuentran con la realidad se convierta en una situación más difícil de digerir.
Si es difícil encontrar familias que soliciten misas por sus difuntos, pidan que un sacerdote se acerque a casa o al hospital para preparar al enfermo al tránsito, y tantas otras cosas. Estoy seguro que de aquí a unos años todas esas prácticas brillarán aún más por su ausencia, y parte de culpa la tendremos nosotros por no saber transmitir a las nuevas generaciones el bien que podemos hacer por aquellas personas que queremos y ya no viven en esta vida.
La esperanza,  no se pierde, y debemos seguir trabajando por el Reino de Dios en este mundo, y también hay que hacerlo con los niños y jóvenes, que son el futuro. Por todo ello la Iglesia, en sus oraciones no se olvida de rezar por los difuntos y debemos estar agradecidos a nuestra Madre, de que no se olvide de sus hijos.

Obra de misericordia por los difuntos



Creo que no hay mayor obra de misericordia que la de rezar y ayudar a aquellos que ya no pueden hacer absolutamente nada por ellos mismos, por los difuntos. Este mes de noviembre está dedicado precisamente a recordar aquellas personas que ya no están entre nosotros, el tenerlas de una forma especial en nuestra memoria para poder hacerles un poco más llevadero su peregrinar hacia la Iglesia Triunfante.
El ayudar con nuestras oraciones, sacrificios, aplicar sufragios en su sentido más extenso y que se puede matizar en cosas pequeñas y grandes individualizadas, así como todo aquello que pueda serles útil para aliviar su tormento en el purgatorio, debe ser empeño de cualquier buen cristiano.
Ayudar a las almas del purgatorio, almas indefensas que sólo pueden alcanzar la gloria de Dios después de purificarse, y en ese camino sólo los que estamos en la Iglesia Peregrinante podemos ayudarles a ellos que están en la Iglesia Purgante, para que su tiempo se acorte y puedan dar gloria a Dios.
El otro día me pidieron que aplicase tres misas por un difunto. Una para Dios Padre, otra para Dios Hijo y otra para Dios Espíritu Santo. Si pensáramos cuántos intercesores podemos tener cerca de Dios, intercediendo por nosotros, por haberles ayudado a salir del purgatorio y estar alabando en el cielo al Dios Todopoderoso…
Es una pena que desperdiciemos tantas gracias que podemos recibir, como son por ejemplo las indulgencias. Esas gracias que podemos aprovechar para nosotros mismos y que podemos aplicar también a aquellas personas difuntas. ¿Habrá mejor regalo que les podamos hacer?
¿Cuántas veces nos acordamos de seres queridos que ya nos dejaron? Recordamos momentos vividos junto a ellos, en muchas ocasiones con añoranza, se nos escapa un esbozo de sonrisa junto al ojo un poco humedecido.
No seamos tacaños a la hora de rezar por ellos, de aplicarles una misa, o, simplemente de realizar un sacrificio para la salvación de su alma. Es el mejor regalo que le podemos hacer, una dedicatoria que les alivia en el sufrimiento y les acerca un poco más a Dios.
Acerquemos un poco más a Dios a nuestros seres queridos.

1 y 2 de Noviembre



DÍAS 1 Y 2 DE NOVIEMBRE. SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS, CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS.
Noviembre comienza con la celebración de lo que decimos en el Credo: la "Comunión de los santos".
El día 1 celebramos a todos los santos, a nuestros difuntos más recientes que vivieron haciendo el bien cristianamente y murieron amigos de Jesús, que los acogió en el cielo.
El día 2 recordamos a nuestros difuntos que están en el purgatorio. Como al cielo no puede entrar nada que no sea puro y santo, algunos difuntos han de purificarse antes, y nosotros podemos ayudarles, especialmente con la eucaristía, la oración y la limosna.
FIESTA DE TODOS LOS SANTOS:
Ésta es una fiesta que se celebra desde muy antiguo. Allá por el siglo VII ya empezaba a celebrarse. Y es que los Papas se dieron cuenta de que hacía falta celebrar a todos los santos a la vez, porque podría olvidarse celebrar a alguno. Y también para festejar a aquellas buenas personas que habían vivido santamente y que no les habían hecho la canonización que es la ceremonia en la que el Papa declara que alguien está en el cielo y que es santo.
En esta fiesta los celebramos a todos, desde los más antiguos hasta el último que haya llegado al cielo, estén canonizados o no.
En la fiesta de todos los santos celebramos también nuestra unión con ellos. Los santos han ido por delante de nosotros siguiendo el camino que nos marcó Jesús. Son nuestro modelo en la vida cristiana. Nosotros debemos vivir y hacer lo que los santos hicieron en su vida: amar mucho a Dios y a los demás. La vida cristiana, que vivimos desde el día de nuestro bautismo, nos ha de empujar a vivir de tal manera que al final de la vida vayamos directamente al cielo como ocurre con los santos. Así nosotros seremos también santos. que es lo que debemos desear y que debe ser lo principal en nuestras vidas.
Otra cosa buena que tienen todos los santos: Ellos nos ayudan a ser mejores, no sólo por ser modelos de vida cristiana, sino porque piden a Dios por todos nosotros y nos mandan los favores de Dios que siempre necesitamos. Así que, cuando le pedimos algo a algún santo, si es cosa buena para nosotros, el santo se acerca hasta Dios y le pide por nosotros. A eso se le llama "interceder" por nosotros. Es verdad, los santos interceden por nosotros ante el Señor.
Hazte amigo de los santos: ellos te protegerán y te guiarán para que llegues a estar como ellos en el Reino de los Cielos.
CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS:
Al recuerdo de todos los santos se une el de todos los difuntos.
Los difuntos son aquellas personas que ya han muerto y se han presentado ante Dios. Nosotros, los vivos, rogamos por ellos para que todos puedan alegrarse de estar en el cielo, y salgan muy pronto de ese lugar de purificación que es el "purgatorio", porque al cielo sólo se puede entrar con el alma muy limpia.
No se trata de una fiesta sino de una conmemoración, es decir, un recuerdo para que todos tengamos presentes a aquellos que ya han muerto.
Para todos nuestros familiares difuntos, para todos los muertos del mundo que han creído en Dios y han esperado poder ir al cielo, para todos los muertos se dirigen hoy las oraciones de todos los vivos, las oraciones de familiares, las de toda la Iglesia.  Pedimos a Dios que los difuntos puedan estar junto a Él en el cielo para siempre, limpios de las manchas que los pecados de su vida dejaron en sus almas.
Puesto que los fieles difuntos en vía de purificación son también miembros de la misma comunión de los santos, podemos ayudarles (junto a la eucaristía, la oración y la limosna)  obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados.
Esta conmemoración la empezaron a celebrar los monjes cluniacenses en el siglo X, para que se acelere la entrada de nuestros difuntos en el cielo.
Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal, que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo.
En estos días muchas personas van al cementerio para recordar mejor a todos los seres queridos que ya han muerto. Les llevan flores, rezan delante de sus tumbas y , tal vez, se ponen un poco tristes. Pero, ante la muerte, tenemos que avivar nuestra fe, que nos dice que todos los muertos resucitarán para estar siempre juntos en el cielo.