Reflexión 8 de Marzo

Buenos días.
¡Padrenuestro que estás en el cielo!
Esta es la exclamación con la que comenzamos el Padrenuestro, al tiempo que con su meditación cerramos las que hemos dedicado a reflexionar sobre esta suprema oración que nos enseñó el Señor Jesucristo.
Esta exclamación es como un grito de LLAMADA a Dios, para que nos oiga las PETICIONES que a continuación le vamos a hacer.
Pero al mismo tiempo es una CONFESIÓN de una realidad en la que creemos.
El Señor Jesucristo nos ha dado, a los que hemos sido bautizados en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, “poder de ser hijos de Dios” (Jn 1,12), por eso podemos decir a Dios: ‘Abba, Padre’, que es el mismo grito que Cristo pronuncia en el Huerto de los Olivos.
Por ello es muy importante considerar lo que supone poder llamar a Dios: ‘Padre’, acercándose a Él con toda la confianza filial que ello supone, y que, por otra parte, nos obliga a comportarnos como verdaderos hijos.
Los Santos Padres explican con gran profusión y sabiduría el sentido de ser ‘hijos de Dios’, así como el gran don que el Señor Jesucristo nos ha dado al poder llamar Padre a Dios.
La segunda parte de la exclamación: “que estás en el cielo”, nos lleva a completar la confesión que apuntamos más arriba al afirmar que está más allá de todo lo imaginable.
Dios está en el Cielo, la morada del Padre; recordemos las palabras de Jesús: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Jn 14,2), pero también se ha de tener en cuenta que el Cielo sugiere la trascendencia de Dios, que no puede habitar en un lugar geográfico porque no está limitado por el espacio ni por el tiempo.
Con esta trascendencia de Dios, confesamos su Omnipotencia, pues Dios es nuestro Padre sin dejar de ser ‘El Señor Todopoderoso’.
Podemos concluir que esta invocación inicial del Padrenuestro es toda una declaración de intenciones, pues quien ora: “Padrenuestro que estás en el cielo”, se reconoce con alegría hijo de Dios y se pone en sus manos con plena confianza, acoge su amor, alaba su omnipotencia y, al mismo tiempo, reconoce a los demás como hermanos, abriéndose necesariamente a la fraternidad universal.
Y aquí lo dejo con la invitación de que reflexionéis en esta aclamación inicial del Padrenuestro, y en todo el conjunto de esta maravillosa oración, la más excelsa de todas, porque nos la enseñó Jesucristo y porque es la más completa al abarcar la vida de la persona.
Reza hoy con Fe y Esperanza el Padrenuestro, por todas las necesidades de los Hermanos aquí congregados en torno a María, nuestra Madre y nuestra Guía. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid –España
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