Reflexión 18 de Marzo

Buenos días.
Hoy me permitís que recuerde una de las etapas básicas para el camino de la conversión personal.
Se trata del arrepentimiento de las faltas o pecados cometidos; el dolor de haber ofendido a Dios por el amor que se le tiene y que se denomina como el “acto de contrición”.
El Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1451, dice que: “entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es "un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar" (Concilio de Trento: DS 1676).
La persona, cuando se da cuenta que ha aceptado el desorden que causa el pecado, experimenta la aflicción, el dolor por haber pecado, la pena de haberlo hecho, mostrando en su corazón el arrepentimiento que es cuando surge lo denominado como ‘Acto de Contrición’.
Este Acto de Contrición debe practicarlo con frecuencia, al menos una vez al día, pues es de desear que lo haga porque, como enseña la doctrina católica, CIC núm. 1452: “cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama ‘contrición perfecta’. Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales, si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (cf Concilio de Trento: DS 1677)”.
El Acto de contrición que nos enseña la Iglesia es mediante la siguiente oración:
¡Señor mío, Jesucristo!
Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Deseo de corazón que reflexionéis sobre este ‘paso de conversión’ que todos necesitamos, al tiempo que se lo recordéis o enseñéis en su caso a cuantas personas podáis.
Pero no dejes de rezar ya hoy al Señor Jesucristo, en su presencia real en la Eucaristía, por todas las necesidades de los Hermanos que aquí nos volvemos a encontrar en María, nuestra Madre y nuestra Guía. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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