Reflexión 15 de Marzo

Buenos días.
Un año ha pasado desde que se hizo oficial lo que ya venía sucediendo semanas anteriores: la pandemia.
Se quiera o no se quiera ver con objetividad los hechos, lo cierto es que nuestro pueblo, como tantos de todo el mundo, ha sido azotado por el virus, que se ha llevado tantas vidas por delante, y además, por las ‘sin razones’ cometidas, tantas vidas se han arruinado arrastradas por el desastre económico, lo que no es ni teoría ni espejismos, porque ahí están.
Se ha recurrido a no sé cuántas cosas: desde el confinamiento total hasta otras tantas medidas que no acaban de erradicar este maldito coronavirus. Y ahora, poniendo toda la ilusión en una vacuna que no parece ofrecer la solución total del problema y cuyos resultados reales ya se verán.
Todo menos VOLVERNOS A DIOS para clamar su misericordia y su perdón, que es donde realmente encontraríamos la solución definitiva, pero habrá que seguir esperando a que las palabras de Jesús sean escuchadas: “Convertíos y creed en el evangelio”.
Ayer nos introducíamos en la reflexión del segundo mandamiento de la Ley de Dios, y veíamos que una de las formas graves de “No tomar el Nombre de Dios en vano” era la Blasfemia.
La Blasfemia es todo dicho o hecho con el que se injuria gravemente a Dios, en cualquiera de sus Tres Personas, a María Santísima, a los Santos o a la Religión.
Valgan como ejemplo de blasfemar el negar de Dios alguno de sus atributos, como por ejemplo tratándolo de injusto o de cruel; hablando con desprecio de Dios, de la Virgen, de los Santos o de la Religión Católica, o maldiciendo al Señor, a la Virgen María, a los Santos o a las cosas sagradas.
Dios nos dio la lengua para alabarlo y bendecirlo, no para ofenderlo, dice San Alfonso María Ligorio.
Es por todo ello que la blasfemia es un pecado gravísimo que a toda costa deberíamos evitar.
Es una lástima que en nuestra sociedad se esté perdiendo todo el sentido del respeto y se esté luchando e incluso legislando para que la Blasfemia no tenga ningún reproche humano, ni social, ni religioso, por supuesto.
Una vez más, terminamos viendo la necesidad de orar con insistencia para que Dios tenga Piedad y Misericordia de nuestro mundo.
Y ahora ya te pido con reiteración, que no dejes de rezar a María, nuestra Madre y nuestra Guía, por todas las necesidades e intenciones de todos los Hermanos aquí convocados. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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