Reflexión 9 de Diciembre

Buenos días.
Concluyamos la consideración de la virtud de la Templanza que comenzamos dos días atrás.
La Templanza nos facilita la práctica de unas cuantas virtudes y propicia la actitud interior que ya hemos señalado.
Derivada de la Templanza encontramos la virtud de la modestia, que inclina a la persona a comportarse, en todos sus movimientos, internos y externos, dentro de los límites justos y ordenados acordes con el estado de vida y posición de la persona.
También la humildad la encontramos relacionada con la Templanza, pues lleva a la persona a moderar el apetito desordenado de la propia excelencia, dándole el conocimiento de su pequeñez y miseria, principalmente con relación a Dios.
La sobriedad es la virtud que mantiene, en la justa medida moral el gusto de la comida y de la bebida. Esta virtud no consiste únicamente en tomar los alimentos saludables dentro de los justos límites, sino, sobre todo, en el dominio de los propios apetitos de comida y de bebida.
El extremo opuesto de la sobriedad es el apetito desordenado de comida y de bebida, generalmente llamado y conocido como Gula, que, como sabemos, en uno de los pecados capitales
Además de la sobriedad en la comida y en la bebida, es necesaria también la moderación en todos aquellos ámbitos en los que el cristiano se mueva y en los que se pueda dejar llevar por apetencias desordenadas, de placer sensual o espiritual.
Puede ocurrir así en el deseo de sobresalir en sociedad, en el afán de lujo, en el excesivo bienestar o en la excesiva entrega a los intereses materiales y, por supuesto, en el trato con los demás.
Santo Tomás señala en la Suma Teológica, que aunque la sobriedad, hija de la Templanza, son necesarias para todos, lo son de una manera especial en los jóvenes, pues es obvio que son más inclinados y frecuentemente a la sensualidad en todas sus dimensiones y manifestaciones.
El cristiano ha de vivir muy vigilante apoyado y ayudado por las virtudes, para poder mantener el señorío sobre los bienes y las cosas, a imitación del señorío que siempre manifestó Cristo. El Señor no quiere ver al hombre empequeñecido buscando una felicidad basada en la comodidad, en el confort, en la falta de sobriedad, que le haría olvidar su condición de peregrino a la Casa del Padre, como San Pablo recuerda a los cristianos de Corinto: “Peregrinos que caminamos en la fe” (2 Cor 5,7).
La Templanza devuelve al hombre el señorío sobre las cosas, porque es indispensable mantener un sentido sobrenatural de la vida.
En medio de un ambiente tan materialista, donde quiera que se encuentre un cristiano ha de esforzarse siempre en dar buen ejemplo desde la Templanza, desde la sobriedad, que se desprenderá de su comportamiento y que podrá ser para muchos el comienzo de un verdadero encuentro con Dios.
Mientras reflexionamos sobre nuestra vida en la Templanza, te pido que reces ya por todas las necesidades de los Hermanos que nos volvemos a encontrar aquí, en torno a María, nuestra Madre y nuestra Guía. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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