Reflexión 8 de Junio

Buenos días
A propósito de la cuestión que abordábamos ayer de la Fidelidad como cualidad de la persona, hoy volviendo a los diferentes aspectos que estamos viendo acerca del Primer Mandamiento de la Ley de Dios, vamos a pararnos en el pecado contra la Fe de INFIDELIDAD.
Este es el pecado de los gentiles, ateos, agnósticos, y de todos los que se niegan a creer en Dios. (cfr. Catecismo 2123-2128).
Es el grave pecado de los que rechazan la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo y gracias a la muerte de Cristo en la Cruz.
También suele llamarse a este pecado: ‘Blasfemia contra el Espíritu Santo’, del que Jesús dirige en el evangelio las más duras palabras, pues son palabras ‘de no perdón’.
Mt 12,31-32: “Por eso os digo que cualquier pecado o blasfemia serán perdonados a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y quien diga una palabra contra el Hijo del hombre será perdonado, pero quien hable contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este mundo ni en el otro.”
San Juan Pablo II, en la Encíclica ‘El Espíritu Santo’ comenta este trascendental texto evangélico diciendo: “La blasfemia contra el Espíritu Santo no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo... consiste precisamente en el rechazo radical de aceptar esta remisión (de los pecados), es decir, el rechazo radical a convertirse...
La blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado cometido por el hombre, que reivindica un pretendido “derecho a perseverar en el mal”, en cualquier pecado, y rechaza así la Redención de Jesucristo...”
Por ello, el pecado de infidelidad o blasfemia contra el Espíritu Santo consiste en que el hombre “se encierre en el pecado”, haciendo por su parte imposible la conversión, y, en consecuencia, también la remisión o el perdón de sus pecados, porque los considera sin importancia para su vida.
San Juan Pablo II afirma: “ésta es una condición de ruina espiritual, dado que la blasfemia contra el Espíritu Santo no permite al hombre salir de su auto prisión”.
Las dos manifestaciones más concretas de este pecado, declara el Papa, son: La pérdida del sentido del pecado, es decir, creer que ya nada es pecado, lo diga quien lo diga, viviendo conforme a ese principio amoral, y, la pérdida del sentido de Dios, es decir, vivir en un ateísmo práctico, como si Dios no existiera; prescindiendo completamente de Él.
Es esta cuestión harto dura y grave, que bien merece tenerla muy en cuenta en la propia conciencia, así como enseñar y ayudar a tantas personas atrapadas, más o menos, por esta terrible realidad.
Reza ya, por favor, al Padre de las Misericordias por todas las necesidades de los Hermanos que aquí nos encontramos cada día. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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