Reflexión 21 de Junio

Buenos días
Durante todos estos largos meses de la pandemia, en bastantes ocasiones hemos sentido la llamada a la conversión a través de todos los acontecimientos vividos.
Hoy ponemos sobre el tapete un elemento básico en el camino de conversión: el sacramento de la Confesión.
Sabemos que hablar de la Confesión es algo que generalmente no gusta, incluso muchas veces no se acepta, cuando en realidad es uno de los grandes Sacramentos por varias razones.
De los siete Sacramentos, algunos se reciben sólo una vez, como el Bautismo, otros se pueden recibir varias veces, como el matrimonio cuando ha quedado roto el anterior por fallecimiento de alguno de los cónyuges, y hay otros que se pueden recibir muchas veces, como es la Eucarística cada día, así como el Sacramento de la Confesión, que se puede y se debe recibir tantas veces como sea necesario.
La necesidad de recibir este Sacramento viene dada por haber aceptado el pecado en cualquiera de sus grados, que arrastra a la persona a la vida del desorden que imprime el propio pecado, aunque pueda no parecerlo.
Se tiene cierta repugnancia a acudir al confesor para acusarse de los pecados por muchos motivos, algunos muy primarios, como puede ser el tener que contar a otro hombre las intimidades propias, pero lo importante es comprender lo que es su esencia y su finalidad.
El Señor Jesucristo instituye este Sacramento para que la persona pueda restituir la relación con Dios y con los hermanos cuando han sido rotas, incluso destruidas en los casos de pecados graves, llamados mortales.
La persona va a la deriva cuando sus comportamientos morales, familiares, sociales o de cualquier otro tipo, son arrasados por los pecados que socaban a todo lo que afectan, quedando como única solución el arrepentimiento y la restitución por este Sacramento del Perdón.
Desde la razón puede no entenderse el efecto y beneficio que promueve el Sacramento, pero desde la Fe sin duda que la experiencia real de liberación y de curación espiritual y humana, es tan real como la presencia del Señor Jesucristo en la Eucaristía, en su cuerpo y en su sangre, en su alma y en su divinidad.
Para acabar en este primer acercamiento a la Confesión, sólo dejemos constancia de que para poder recibir la Gracia del Sacramento, se necesita únicamente tener conciencia del pecado cometido, dolerse de haberlo hecho, tener el propósito de abandonar aquello que lo provoca para que no se vuelva a producir y decir el o los pecados al confesor.
Tendremos hoy la ocasión de reflexionar sobre esta cuestión, tanto los que frecuentan la confesión con alguna regularidad como los que no lo hacen nunca o casi nunca. Para todos deseo sencillez, humildad y dejarse amar por Dios.
Reza, por favor, ahora a María, nuestra Madre y nuestra Guía,
para que alcance del Altísimo las gracias que sean necesarias para todas las necesidades de los Hermanos. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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