Reflexión 22 de Noviembre

Buenos días.
En la historia humana hay muchas cosas buenas que engrandecen a las personas que las fomentan y que las viven, lo que es justo reconocerlo y ponerlo en valor.
Pero desgraciadamente hay también otras muchas cosas que no son buenas, y para las que hay personas que las hacen suyas desde actitudes y comportamientos reprobables.
Con la arrogancia y la vanidad llevan la estimación propia a un sentimiento de superioridad, que a la larga les hacen infelices pues llegarán a crearse un muro en su relación interpersonal.
El orgullo es enemigo de la sencillez y de la humildad, virtudes muy necesarias en la convivencia humana y, sobre todo, en el servicio a los otros. Y no digamos nada lo importantes que son para el servicio divino.
Nadie se ha indigestado nunca por tragarse su orgullo, pero cuando se está sobrado de él parece que lo domina y somete de forma que la persona llega a vivir herida hasta la ceguera absoluta en su sensibilidad.
El orgullo le impide a la persona reconocer equivocaciones, errores o cualquier otro defecto o pecado que pueda tener, y cuando no se le ha puesto freno a tiempo, se puede llegar a otros males morales mayores que desembocarán en verdaderas desgracias personales.
Hagamos el esfuerzo de escrutar en la propia realidad personal, hasta qué punto existen estos defectos que alientan y alimentan el orgullo, para poder trabajar en erradicarlos todos, comenzando por su cabeza que puede ser el orgullo o hasta la soberbia.
Y ya te pido que reces con confianza al que es la mansedumbre y la humildad, nuestro Señor Jesucristo (Mt 11,29), para que ayude y resuelva las necesidades materiales, espirituales y morales de todos los Hermanos que nos encontramos hoy nuevamente en María, nuestra Madre y nuestra Guía. AMÉN.
Emilio Castrillón
MATER CHRISTI
Madrid – España
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