Reflexión 1 de Mayo

Buenos días en el Día del Señor.
Coincide este III Domingo de Pascua con el comienzo del Mes de Mayo, mes que en la Iglesia tradicionalmente se ha dedicado a la devoción a la Santísima Virgen, con el popularmente denominado ‘Mes de la Flores’.
Es muy importante y, sin duda muy necesario, hacer cuanto se pueda por conservar viva la piedad del Pueblo de Dios en sus tradiciones y en sus devociones; por ello, vamos a contribuir cuanto podamos para mantener entre todos la vivencia mariana a lo largo de todo este mes que estamos comenzando.
Fue a partir del siglo XVI como ya se extendió por toda la cristiandad esta devoción del Mes de María, ofreciendo cada día a la Virgen Santísima una flor expresada desde el propio corazón; una flor que podrá ser vivir una virtud concreta durante todo el día, una oración con esta intención u ofrecerla cualquiera de esos momentos o situaciones difíciles que cada día se han de vivir.
En este primer día del Mes de María, os ofrezco lo que el Concilio Vaticano II nos dice acerca del culto a la Santísima Virgen y de las prácticas y ejercicios de piedad.
“El santo Concilio enseña de propósito esta doctrina católica y amonesta a la vez a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen, particularmente el litúrgico; que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos y que observen escrupulosamente cuanto en los tiempos pasados fue decretado acerca del culto a las imágenes de Cristo, de la Santísima Virgen y de los santos (…) Recuerden, finalmente, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (L.G. nº 67).
Y antes de concluir os ofrezco esta popular oración a la Santísima Virgen, que a Ella tanto le agrada, para que la recéis cuantas veces queráis y podáis.
“Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A Ti, celestial Princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía”. Y a mí particularmente me gusta agregar: ‘no me dejes, Madre mía hasta morir en tu Amor’.
A Ella, Madre y Guía nuestra, te pido que le reces hoy por las necesidades e intenciones de todos los Hermanos que aquí volvemos a encontrarnos. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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