Reflexión 24 de Enero

Buenos días.
Hemos insistido mucho en los últimos tiempos en la importancia de la virtud, pero conviene tener presente que la virtud se hace necesaria porque hay que contrarrestar, evitar o eliminar un defecto o vicio.
Hoy quiero llamar la atención en dos aspectos, el primero es este precisamente, que la virtud se necesita porque hay un defecto que arrastra a la persona llevándola a no poder hacer lo que debe y cómo lo debe.
El segundo aspecto sobre el que quiero llamar la atención, es la necesidad de que cada persona tome conciencia de sus defectos, vicios o pecados que se imponen en su vida ordinaria, pues es la única forma por la que puede saber qué virtudes son las que precisa tener y practicar.
La cuestión bien sencilla es, pues en definitiva lo único que se necesita es tener la voluntad, querer que la propia vida transite por los caminos de la perfección que pidió el Señor Jesucristo cuando dijo en el Sermón del Monte: “Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).
Bueno sería considerar alguno de los defectos que parecen son más comunes en las personas de este mundo tan desorientado; y con una gran dosis de humildad, mirarse en el espejo para ver qué hay de esos defectos en uno mismo.
Sin ánimo de desarrollar ahora ninguno de los defectos que parecen dominantes, quiero dejar anotado algunos que parecen son muy conocidos, y que en otro momento podemos verlos en toda su dimensión, me refiero al egoísmo, la vanidad, la pereza…
Pidamos al Espíritu Santo su ayuda para poder conocernos bien, porque aunque se crea que así es, puede haber lagunas inciertas por las que tengamos confundidas las cosas; y además para que con su luz y fortaleza decidamos dar la batalla con las virtudes que sean necesarias adquirir o también fomentar, porque están arrinconadas, olvidadas en el corazón: se tienen, se practicaron y, por la seducción del maligno, se las dio de lado.
Reza ya, también hoy, por las necesidades de todos los Hermanos que aquí volvemos encontrarnos en María, nuestra Madre y nuestra Guía. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid - España
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