Reflexión 21 de Enero

Buenos días
Siguiendo en el marco del Octavario de Oración por la unión de los cristianos, consideremos lo que es la unidad personal, de la que ha de partir cualquier acto de unidad interpersonal.
Se le da poca importancia a lo que es y siente la persona individualmente, sin darse mucha cuenta de que podrá tener muy buenas intenciones y deseos, pero si su corazón está en una actitud muy distinta, lo que va a prevalecer en la voluntad no serán las buenas intenciones, sino la actitud que haya en el interior del corazón.
Pongamos un ejemplo sencillo. Una persona siente la necesidad de salir en favor de una situación difícil en la convivencia de otras dos o más personas, tiene claro cómo debe actuar para que se supere la crisis, pero resulta que en su corazón existe una resistencia hacia una de las partes con la que ella no lleva buena relación, y aquí es donde se estropea todo, porque terminará actuando no según la lógica y la razón, sino desde la fuerza de la pasión del corazón propio deteriorado por los malos sentimientos, que impedirán actuar cómo lo entendía.
Resumiendo, mientras tu corazón no esté en paz consigo mismo, mientras no entienda que los actos han de responder a un corazón sensato y recto, cuando se constate que en la convivencia las cosas  no van como deben, siempre, siempre, habrá ‘un pero’ del que será responsable el otro y que impedirá la armonía necesaria y deseada.
No clames que si no hay unidad es responsabilidad del otro, reclama a tu corazón, y si estás seguro que por tu parte nada hay reprochable, entonces utiliza el poder de la oración primero, y seguidamente el poder de la persuasión, pero, no olvidemos que sin conversión del corazón nadie espere ser: ni instrumento de unidad, ni apóstol de construir unidad.
Si uno no se entiende consigo mismo, ¿cómo va a ser posible entender al otro en su justa medida?
Hay mucho que reflexionar, pues es fácil comprender que si la fuerza diabólica en esta cuestión de la división no fuera grande, el Señor Jesús no habría hecho las advertencias que hizo, no habría dejado los consejos evangélicos que dejó, y, sobre todo, no habría hecho aquella oración sacerdotal del capítulo 17 del evangelio de San Juan, que tanto expresa.
Reza hoy al Señor Jesús Crucificado, para que nos alcance cuantas gracias necesitan las necesidades de los Hermanos, aquí reunidos en torno a María, nuestra Madre y nuestra Guía. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid - España
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