Reflexión 16 de Abril

Buenos días.
Hoy la Iglesia en su Santoral nos muestra a Santa Bernardita Soubirous, la niña que en 1858 recibió las apariciones de la Virgen en Lourdes. 
Murió tal día como hoy del año 1879 en Nevers (Francia), siendo religiosa de las Hermanas de la Caridad de Nevers; su cuerpo se mantiene incorrupto en la Capilla del convento.
Mucho se puede decir de la vida de Santa Bernardita, diría más, mucho se puede aprender, tanto en su etapa de niña cuando acontecieron las apariciones de la Santísima Virgen, el entorno familiar con la ruina que sufrieron sus padres por la pérdida del molino, como posteriormente ya como religiosa.
El pasado día 11 de febrero de este año, Festividad de la Virgen de Lourdes, incorporé a la meditación de ese día el Testamento espiritual de nuestra Santa, del que hoy permitirme que haga referencia a él.
Si recordáis todo el texto se reduce a decir: GRACIAS, con una sencillez máxima en el marco de una humildad absoluta.
Gracias a Jesús y gracias a la Santísima Virgen María.
Gracias por todo y por todos, los que fueron jalonando una vida de humillación, de dificultades, de carencias…
Creo que releyéndolo con serenidad de ánimo, se puede aprender lo que es vivir en la aceptación del plan que Dios tenga trazado sobre la propia vida, pues he aquí algo que no se suele tener en cuenta cuando se intenta vivir según los postulados del mundo, olvidando, en consecuencia, la providencia de Dios sobre cada persona.
Aparte vuelvo a remitir el Testamento de Santa Bernardita para lo que os pueda ser útil.
Y lógico es que hoy te pida que reces a Santa Bernardita Soubirous, para pedirle su ayuda e intercesión por todas las necesidades de los Hermanos, que volvemos a reunirnos en torno a Santísima Virgen Inmaculada. AMÉN. 
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
www.materchristi.es

Testamento de Bernardet de Subirous
Por la pobreza en la que vivieron papá y mamá, por los fracasos que tuvimos, porque se arruinó el molino, por haber tenido que cuidar niños, vigilar huertos frutales y ovejas; y por mi constante cansancio... te doy gracias, Jesús.

Te doy las gracias, Dios mío, por el fiscal y por el comisario, por los gendarmes y por las duras palabras del padre Peyremale...

No sabré cómo agradecerte, si no es en el paraíso, por los días en que viniste, María, y también por aquellos en los que no viniste. Por la bofetada recibida, y por las burlas y ofensas sufridas; por aquellos que me tenían por loca, y por aquellos que veían en mí a una impostora; por alguien que trataba de hacer un negocio..., te doy las gracias, Madre.

Por la ortografía que jamás aprendí, por la mala memoria que siempre tuve, por mi ignorancia y por mi estupidez, te doy las gracias.

Te doy las gracias porque, si hubiese existido en la tierra un niño más ignorante y estúpido, tú lo hubieses elegido...

Porque mi madre haya muerto lejos. Por el dolor que sentí cuando mi padre, en vez de abrazar a su pequeña Bernardita, me llamó "hermana María Bernarda"..., te doy las gracias.

Te doy las gracias por el corazón que me has dado, tan delicado y sensible, y que me colmaste de amargura...

Porque la madre Josefa anunciase que no sirvo para nada, te doy las gracias. Por el sarcasmo de la madre maestra, por su dura voz, por sus injusticias, por su ironía y por el pan de la humillación... te doy gracias.

Gracias por haber sido como soy, porque la madre Teresa pudiese decir de mí: " Jamás le cedáis lo suficiente"...

Doy las gracias por haber sido una privilegiada en la indicación de mis defectos, y que otras hermanas pudieran decir: "Qué suerte que no soy Bernardita"...

Agradezco haber sido la Bernardita a la que amenazaron con llevarla a la cárcel porque te vi a ti, Madre... Agradezco que fui una Bernardita tan pobre y tan miserable que, cuando me veían, la gente decía: "¿Esa cosa es ella?" la Bernardita que la gente miraba como si fuese el animal más exótico...

Por el cuerpo que me diste, digno de compasión y putrefacto... por mi enfermedad, que arde como el fuego y quema como el humo, por mis huesos podridos, por mis sudores y fiebre, por los dolores agudos y sordos que siento... te doy las gracias, Dios mío.

Y por el alma que me diste, por el desierto de mi sequedad interior, por tus noches y por tus relámpagos, por tus rayos... por todo. Por ti mismo, cuando estuviste presente y cuando faltaste... te doy las gracias, Jesús.