Reflexión 11 de Junio

Buenos días
Que interesante resulta conocer y no digamos convivir con una persona que tiene una virtud tan valiosa como es la DISCIPLINA personal, pues siguiendo la estela de la meditación de ayer, el ORDEN encuentra un gran apoyo en la DISCIPLINA, pues en sí misma mantiene los comportamientos personales en el orden y la fidelidad a la esencia misma de cada uno de ellos.
Una persona disciplinada es una persona que sabe vivir dentro de los límites que las estructuras humanas exigen para la buena convivencia.
Es siempre consciente de lo que se le pide y de lo que está obligado por las normas o leyes propias de los ámbitos en los que se mueva su realidad.
En la vida familiar ocupará el lugar que le corresponda y cumplirá con las obligaciones y derechos que le permita su rol.
Algo similar le ocurrirá en el ámbito laboral, en el que sabrá cumplir con lealtad y la mayor perfección posible, sus responsabilidades.
Y en el orden social, sabrá estar dónde le corresponda, según se trate de las otras personas con las que trate en cada momento.
En definitiva, una persona que se propone llevar la vida bajo esta divisa de la DISCIPLINA, que se decide a adquirir o mantener esta VIRTUD, sabe que el triunfo estará asegurado, aunque no será a un precio fácil de pagar, porque también tendrá que ser consciente de sus peligros.
La persona DISCIPLINADA no puede ser una persona intransigente, exigiendo a los demás el nivel hasta el que él llega o mantiene.
No puede ser tampoco una persona incomprensiva, porque no quiera entender a aquellos que no son capaces de mantener el ORDEN de una manera medianamente constante.
A su virtud de la DISCIPLINA ha de unir las otras virtudes que le ayuden a convivir con los demás y, en todo caso, a ayudar también a los otros a conseguir los objetivos que ahora no alcanzan, por las más variadas razones que hay que entender y atender.
Qué fácil es llegar al AMOR DE DIOS por los caminos que más nos asemejan a su VERDAD, lo que nos ha de servir para el estímulo continuo de avanzar en una sola dirección: la SANTIDAD, porque en definitiva es la que nos va a llevar a la bienaventuranza eterna, el Cielo.
¿Qué haces aquí si no caminar hacia la Casa del Padre?
Y en este ‘caminar’ hay mucho polvo que evitar se nos pegue en demasía y vaya impidiendo andar ligeros.
Por todo ello, necesitamos la CONVERSIÓN, que no debe nunca darnos más preocupación que la de volvernos a Dios, encontrándonos el horizonte más esperanzador que podemos tener.
Y como cada día, te pido que reces a María, nuestra Madre y nuestra Guía, por todas las necesidades de los Hermanos. AMÉN.
Emilio Castrillón
MATER CHRISTI
Madrid – España
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