Reflexión 9 de Diciembre

Buenos días.
Hoy merece la pena detenernos en la Fiesta de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, que nació en 1474 en México.
Juan Diego perteneció a la más numerosa y baja clase del Imperio Azteca; según el Nican Mopohua, era un "macehualli", o "pobre indio", es decir uno que no pertenecía a ninguna de las categorías sociales del Imperio, como funcionarios, sacerdotes, guerreros, mercaderes, etc., ni tampoco formaba parte de la clase de los esclavos. Hablándole a Nuestra Señora él se describe como "un hombrecillo" o un don nadie, y atribuye a esto su falta de credibilidad ante el Obispo.
El Sábado 9 de Diciembre de 1531, muy de mañana, durante una de sus caminatas camino a Tenochtitlán, recorridos que solían tomar unas tres horas y media a través de montañas y poblados, Juan Diego se dirigía a la Misa Sabatina de la Virgen María y al catecismo, a la "doctrina" en Tlatelolco, atendida por los franciscanos del primer convento que entonces se había erigido en la Ciudad de México.
Cuando el humilde indio llegó a las faldas del cerro llamado Tepeyac, en donde actualmente se le conoce como "Capilla del Cerrito", de repente escuchó cantos preciosos, armoniosos y dulces que venían de lo alto del cerro, le pareció que eran coros de distintas aves que se respondían unos a otros en un concierto de extraordinaria belleza, observó una nube blanca y resplandeciente, y que se alcanzaba a distinguir un maravilloso arco iris de diversos colores.
Juan Diego quedó absorto y fuera de sí por el asombro y “se dijo ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo?... Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial.
Estando en este arrobamiento, de pronto, cesó el canto, y oyó que una voz como de mujer, dulce y delicada, le llamaba, de arriba del cerrillo, le decía por su nombre, de manera muy cariñosa: "Juanito, Juan Dieguito". Sin ninguna turbación, el indio decidió ir a donde lo llamaban, alegre y contento comenzó a subir el cerrillo y cuando llegó a la cumbre se encontró con una bellísima Doncella que allí lo aguardaba de pie y lo llamó para que se acercara.
Cuando llegó frente a Ella se dio cuenta, con gran asombro, de la hermosura de su rostro, su perfecta belleza, su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello) parecía: la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla. Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allá se suelen dar, parecían como esmeraldas.
Ante Ella, Juan Diego se postró, y escuchó la voz de la dulce y afable Señora del Cielo, en idioma Mexicano, le dijo: Escucha, hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges? Y él le contestó: Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor, nuestros Sacerdotes...
El próximo día 12 de diciembre celebraremos la Fiesta de la Virgen de Guadalupe, y podremos ver el resto de los encuentros de la Virgen con Juan Diego.
Hoy ya podemos pedir la intercesión de este humilde santo, que supo fiarse de la Santísima Virgen en todo lo que Ella le pidiera y le mandara, rogándole por todas las necesidades de los Hermanos que aquí volvemos a encontrarnos en María, nuestra Madre y nuestra Guía. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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