Reflexión 9 de Febrero

Buenos días.
Parece que estamos en un tiempo donde se ha encontrado una forma de actuar un poco innoble y con resultados nada buenos, más bien perniciosos.
Me refiero a ese hacer que pone de manifiesto constantemente las diferencias entre buenos y malos, o que van presionando contra el otro para destruir su imagen con argumentos de medias verdades, que siempre serán peores que una mentira, aunque si ha de echarse mano de ella, se hará también.
Si la sociedad no aprende a defenderse de estas presiones que lo único que buscan es fomentar el odio, irá enfermando de una forma que será imposible de curar y necesariamente aparecerán posturas muy difíciles de controlar.
Decía Napoleón que “nunca es útil inflamar el odio”; tenía razón porque el odio es algo que emana directamente del demonio, pues no se puede olvidar que todo el sentimiento de Satanás hacia Dios es exclusivamente ODIO.
Es lo que intentó inocular en Eva y luego lo asumió Adán, lo consiguió en parte, pero Dios en su infinita misericordia volvió a rescatar al hombre, hasta la culminación de la liberación total por parte del Señor Jesús en su entrega en la Cruz.
Cuando se sirve a Satanás, de una u otra forma, más consciente o más inconscientemente, siempre, siempre aparecerá el odio, que muchas veces comienza por el desamor, inculcando a las personas ese enfriamiento en el amor, para dar el paso seguido al desamor, para si es necesario, llegar al odio, que es el culmen de la quiebra, de la ruptura y de la destrucción en el nivel que se trate o que se haga necesario.
No se puede ‘inflamar el odio’, o lo que es lo mismo, azuzar el odio, jugar con este ‘fuego’ que llevará a resultados indeseables y hasta irreparables.
Mira a tu corazón: ¿Qué hay en él? ¿Amor, desamor…, odio?
Rectifiquemos los caminos que sean necesarios y trabajemos en la medida de lo posible por erradicar el odio, o cosa que se le parezca.
Y ya reza al Señor del Amor en favor de todas las necesidades de los Hermanos que, como cada día, nos encontramos aquí en torno a María, nuestra Madre y nuestra Guía.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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