Reflexión 7 de Febrero

Buenos días en el DIA DEL SEÑOR.
Cada domingo, antes de proponer el tema que preveo exponer, miro la liturgia de la Palabra que la Iglesia nos propone para ese día, y ocurre que hay veces, como la actual, que es necesario posponer lo previsto para ESCUCHAR el mensaje de la Palabra.
La segunda lectura de la Misa es de la 1ª Carta de San Pablo a los Corintios, 9,16-19.22-23.
En ella el Apóstol habla de su obligación de Anunciar el Evangelio y lo hace con una gran elocuencia como veis: “Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡AY DE MÍ SI NO ANUNCIO EL EVANGELIO!
Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, SI LO HAGO A PESAR MÍO, es que me han encargado este oficio. 
Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos”.
Los que hemos recibido el Bautismo de Jesucristo, hemos sido convocados igualmente a ANUNCIAR EL EVANGELIO, lo que hoy nos lleva a interrogarnos muy seriamente sobre la actitud personal frente a este deber, así como lo que en la realidad se traduce esta actitud.
Ayer me preguntaba dónde estaba nuestra preocupación por los fallecidos del Covid19. Esas preguntas que ayer hacía me gustaría prolongarlas también hacia personas que están vivas, pero en una situación muy difícil por las más variadas situaciones.
Por ejemplo, recientemente leía que todas las cárceles de España habían sido confinadas por la razón de siempre: el virus. Y me preguntaba, ¿cuánta angustia no habrá en aquellas personas que allí están, viviendo una soledad terrible, quizás con grandes cuadros de ansiedad, porque no tienen visitas, porque no pueden ver a los suyos; porque los valerosos voluntarios católicos que acuden a compartir con ellos sus preocupaciones e inquietudes, no pueden ir tampoco; porque incluso, en algunas de esas cárceles, tampoco puede ahora acudir el Capellán que les asiste?
Los que no hemos recibido esa vocación de atender a estos Hermanos que viven privados de libertad, ¿no tendremos la obligación también de cubrir con nuestra sensibilidad, nuestra oración y con lo que cada uno más pueda, aquel guión que seguirá Cristo en día del Juicio: ‘Porque estuve en la cárcel y vinisteis a verme’ (Mt 25,36)?
Aquí lo dejo para que en este día dedicado más al Señor que a ninguna otra cosa, reflexionemos y tomemos postura.
Pero no olvides, por favor, de rezar al Señor Resucitado por todas las necesidades de los Hermanos que nos encontramos aquí en torno a María, nuestra Madre y nuestra Guía. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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