Reflexión 30 de Julio

Buenos días en el Día del Señor.
La segunda lectura que se proclama hoy en la Santa Misa, de San Pablo a los Romanos, comienza: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”.
El Apóstol enumera una serie de situaciones que se pueden dar en la vida de las personas: “¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?...”
Efectivamente, como dice San Pablo: “en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado”. Pero, lo cierto es que constatamos que en el conjunto de lo que es la sociedad, sí que hay 'quien' nos aparta del Amor de Cristo: Toda la permisividad que hay en el orden de la moral, que no se quiere ver, pero que ahí está, con frutos ya muy tristes, cuando menos; en el respeto a la vida, que se maltrata en la locura del aborto y de la eutanasia, precisamente porque la moral ya no sostiene ni respeta nada; en la búsqueda de hacer de las generaciones más jóvenes: niños, adolescentes, primera juventud…, cualquier cosa, porque de lo que se trata es de que nadie ni nada puede mandar sobre el propio cuerpo; generaciones sin Dios que pronto conocerán lo que es la locura humana que intenta lo que es imposible, para llegar a los vacíos más grandes que se están dando con un crecimiento muy notable en los suicidios de jóvenes precisamente.
Esta sociedad, que no quiere ver la realidad, no podrá decir sin conversión personal y desde el convencimiento más serio, con San Pablo: “que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”.
En este domingo, día preferente para el encuentro personal con Dios, podremos entrar en lo íntimos del corazón para poner orden en la propia vida, que nos permita ayudar a los otros a que lo hagan también.
Día de oración por todas las necesidades que tenemos alrededor, y también en favor de las intenciones de los Hermanos, que aquí nos encontramos en María, nuestra Madre y nuestra Guía. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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