Reflexión 21 de Junio

Buenos días.
Hoy comienza la estación del verano que con tanta ansia la reciben muchos por ser el tiempo donde se busca el descanso y el ocio, que durante el año no siempre se puede conseguir.
El verano es muy saludable, pero igualmente es un tiempo que se vuelve difícil para muchos, al poner en evidencia costumbres y hábitos cotidianos que pueden no ser confesables.
Pero hoy la Iglesia nos presenta la figura de un joven que murió con 23 años en el año 1591: San Luis Gonzaga.
Fue un modelo de pureza e integridad moral, y aunque víctima de cierta hagiografía amanerada y a pesar de las apariencias, era de un temperamento fuerte. Las duras penitencias a las que se sometió son el signo de una determinación no común hacia una meta que se había fijado desde su infancia.
A los 12 años, después de haber recibido la primera Comunión de manos de San Carlos Borromeo, resolvió entrar en la Compañía de Jesús, pero necesitó otros dos años para vencer la oposición del padre.
Dirá en algún momento: “Quien realmente quiere amar a Dios, no le ama si no tiene un deseo ardiente y constante de sufrir por él”, palabras fuertes, duras si se quiere, pero tan reales como la vida misma.
Para que su alma se perfumara con las virtudes cristianas, Luis renunció al título y a la herencia paterna, y a los catorce años entró al noviciado romano de la Compañía de Jesús, bajo la dirección de San Roberto Belarmino.
Olvidó totalmente su origen noble y escogió para si los encargos más humildes, dedicándose al servicio de los enfermos, sobre todo durante la epidemia de peste que afligió a Roma en 1590. Quedó contagiado probablemente por un acto de piedad: había encontrado en la calle a un enfermo y, sin pensarlo dos veces, se lo echó a la espalda y lo llevó al hospital en donde prestaba sus servicios.
Murió el día que él había anunciado: era el 21 de junio de 1591. El cuerpo de San Luis, patrono de la juventud, se encuentra en Roma, en la iglesia de San Ignacio.
Recemos con mucha confianza a San Luis Gonzaga: primero, pidiéndole el don de la pureza para sí mismo y también para la juventud, segundo, pidiéndole que nos enseñe a buscar el Amor de Dios, para lo que él dice se ha de tener un gran deseo de ‘sufrir por Él’, y tercero, la ardiente disposición de atender y auxiliar al hermano necesitado que tenemos cerca, víctima de esta ‘epidemia’ de inmoralidad generalizada en la que estamos inmersos.
Finalmente, encomienda a San José, en este día miércoles, todas la necesidades de los Hermanos que aquí nos volvemos a encontrar en su Santísima Esposa. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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