
En este día se revela plenamente la
Santísima Trinidad. Desde ese día el reino anunciado por Cristo está abierto a
todos los que creen en Él. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace
entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el
Reino ya heredado, pero todavía no consumado.
Hay varios Pentecostés en la Biblia.
Cronológicamente, el primero es el que leemos hoy en el evangelio ((Juan 20,
19-23). El Domingo de Resurrección, Jesús se hace presente a los discípulos,
les saluda con la paz y sopla sobre ellos: "Como el Padre me ha enviado,
así también os envío yo. Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo".
El segundo es el que leemos en la 1ª lectura
(Hechos 2, 1-11). Los miembros de la primera comunidad (los Doce, las mujeres
que seguían a Jesús, María, su madre, y los hermanos de Jesús) quedan llenos
del Viento de Dios, que les hace valerosos apóstoles, mensajeros de la Buena
Noticia, continuadores de la obra de Jesús.
Y el tercero aparece en Hechos 10, 44,
cuando Pedro bautiza a los primeros paganos y "cayó sobre ellos el
Espíritu Santo", como demostración de que el Espíritu no es propiedad de
un pueblo elegido, sino para todo el mundo. Y de esto habla San Pablo en la 2ª
lectura (1 Corintios 12, 3b-7.12-13). Es el Espíritu de Jesús lo que hace a la
Iglesia un solo cuerpo: hay en ella diversidad de razas, de culturas, de
funciones, de carismas, pero es un solo cuerpo, animado por el mismo Espíritu
de Jesús.
El día de Pentecostés la Iglesia se
manifiesta al mundo. El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo, el tiempo de
la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra
de Salvación mediante la Liturgia de la Iglesia. Durante este tiempo de la Iglesia,
Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera nueva. Actúa por
los sacramentos.
Desde Pentecostés, la venida del Reino es
obra del Espíritu del Señor "a fin de santificar todas las cosas llevando
a plenitud su obra en el mundo".
Podemos rezar el Himno al Espíritu Santo para
pedir que venga su Reino:
Ven, Espíritu
divino,
manda tu luz
desde el Cielo.
Padre amoroso
del pobre;
don, en tus
dones espléndido;
luz que
penetra las almas;
fuente del
mayor consuelo.
Ven dulce
huésped del alma,
descanso de
nuestro esfuerzo,
tregua en el
duro trabajo,
brisa en las
horas de fuego,
gozo que
enjuga las lágrimas
y reconforta
en los duelos.
Entra hasta
el fondo del alma,
divina luz, y
enriquécenos.
Mira el vacío
del hombre
si tú le
faltas por dentro;
mira el poder
del pecado
cuando no
envías tu aliento.
Riega la
tierra en sequía,
sana el
corazón enfermo,
lava las
manchas, infunde
calor de vida
en el hielo,
doma el
Espíritu indómito,
guía al que
tuerce el sendero.
Reparte tus
siete dones
según la fe
de tus siervos.
Por tu bondad
y tu gracia
dale al
esfuerzo su mérito;
salva al que
busca salvarse
y danos tu
gozo eterno. Amen.