Reflexión 17 de Agosto

Buenos días.
En estas meditaciones no nos hemos acercado nunca a la figura de Santa Beatriz de Silva, cuya fiesta hoy celebra la Iglesia y de forma particular y gozosa las Monjas Concepcionistas de vida contemplativa.
Santa Beatriz creció en el seno de una familia de hondas raíces cristianas. Fueron once hermanos, criados y educados con mucho amor.
Muy jovencita, como era costumbre en la época, fue trasladada a la Corte de la reina Isabel, hija de D. Juan, príncipe de Portugal; al casarse ésta con D. Juan II, rey de Castilla, permaneció en la corte de Tordesillas, como dama de la reina varios años.
Beatriz era muy hermosa, la dama más bella de la corte de Castilla, por lo que muchos nobles caballeros la pidieron en matrimonio, pero ella tenía las miras puestas en otro caballero.
Inesperadamente para ella se vio encerrada en un rincón del Castillo; en medio de la oscuridad se encomendó con todo el corazón a la Virgen María. Dice ella: “Pude verla, no sé si con mis propios ojos o los de la fe. Iba vestida de hábito blanco y manto azul y el niño Jesús en brazos. Me habló, o al menos yo pude escuchar sus palabras de ánimo y su consuelo. Me hizo un encargo que desde entonces no olvidé: fundar una Orden dedicada a la honra del misterio de su Inmaculada Concepción. El hábito de las monjas sería el mismo que ella lucía, blanco y azul. No pude sino ofrecerme como su servidora y consagrarme a ella. La Reina de cielo me libró de aquella prisión”.
Abandonó la Corte e ingresó, como seglar o señora de piso, en el Monasterio dominico de Santo Domingo el Real. Estuvo en este retiro por espacio de treinta años, durante los cuales permaneció con el rostro cubierto siempre con un velo, no sólo como penitencia sino, sobre todo, en señal de una total consagración a su Señor. Esperaba así la hora de poder llevar a cabo la misión que le había encomendado su Señora, la Virgen Inmaculada.
Finalmente el 30 de abril de 1489 se consiguió del Papa Inocencio VIII la aprobación de un Monasterio dedicado a la Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Era el comienzo de un camino, un divino camino, pero el Señor quiso llamarla a su lado el año 1492, apenas hubo profesado en presencia de las hermanas y el obispo de Toledo.
El monasterio no desapareció. La Comunidad, a pesar de muchas dificultades continuó fiel a los primeros proyectos, así con la perseverancia de las primeras hermanas y el apoyo inicial de los frailes Franciscanos, ha llegado la Orden de la Inmaculada Concepción hasta nuestros días.
No dejemos pasar por alto los treinta años que Santa Beatriz, retirada del mundo, esperó poder cumplir la misión que la Santísima Virgen Inmaculada le había confiado.
Ese espíritu de silencio y negación a sí misma que vivió Santa Beatriz, es el que nuestras generaciones está necesitando. Pidámosle con toda fe y humildad que interceda a la Virgen Inmaculada por nosotros. AMÉN.
Emilio Castrillón Hernández
MATER CHRISTI
Madrid – España
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